Haber elegido Varsovia como final de un viaje por Europa en verano fue una decisión muy acertada. A pesar de haber sufrido los embates de distintas guerras, la ciudad ha sido reconstruida a la perfección, recuperando para sí los rasgos típicos que la han caracterizado a lo largo de su historia.
La capital polaca, con más de dos millones y medio de habitantes en toda su área metropolitana, es también la ciudad más poblada del país. Su ubicación en el centro de Polonia, la convierte en un verdadero nudo de comunicaciones con el resto del país y con las grandes urbes de la región. Es atravesada de norte a sur por el río Vístula, pero los barrios más emblemáticos se encuentran sobre la margen izquierda del mismo.

Inicié el recorrido por la famosa Ciudad Vieja o Stare Miasto, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1980, y sin duda fue la mejor manera de incursionar en su apasionante pasado. Esta parte de Varsovia fue fundada entre los siglos XIII y XIV. Su centro neurálgico, la Plaza del Mercado de la Ciudad Vieja o Rynek Starego Miasta, está rodeada de coloridas casas que fueron reconstruidas después de la Segunda Guerra Mundial. Los bares, tiendas y restaurantes que la circundan le dan una atmósfera nostálgica pero vivaz. En el centro, la estatua Syrenka representa el símbolo de la ciudad. Se trata de una sirena que sostiene una espada en su mano derecha y un escudo en la izquierda, en referencia a la leyenda del personaje medieval de Melusina del río Vístula, quien condujera al duque Bolesław II de Masovia al lugar indicado para la fundación de Varsovia. En esta parte de la ciudad fue donde probé uno de los platos típicos de la cocina polaca: los pierogi. Se trata de una variedad de pasta frita de forma redondeada que suele tener como relleno queso, puré de papas, cebollas, carne, huevo o frutas, en distintas combinaciones.
Para ver la muralla medieval y la Barbacana, me desvié por unos instantes hacia el norte, siguiendo la calle Nowomiejska. En la Edad Media, Varsovia estaba protegida con una doble muralla, como pocas ciudades en Europa, y su parte más antigua es la Barbacana que también fue restaurada a escala real luego de la guerra. Regresando hacia la plaza en dirección sur, seguí por la calle Świętojańska para ver las dos iglesias más destacadas de esta parte de la ciudad. La primera y más pequeña es la Iglesia de los Jesuitas, de brillantes paredes rosadas y amarillas, y a su lado, la Catedral de San Juan de estilo gótico, con su imponente fachada de ladrillos rojos.
Mirando a mi alrededor en una y otra esquina, noté en todo momento la presencia infinita de color, más de lo que me hubiera imaginado. Tonos rojizos, amarillos, anaranjados, ocres y hasta verdes, se amalgaman en las paredes de esta parte de Varsovia para formar una postal soñada.

Terminando mi recorrido por la Ciudad Vieja, llegué a la Plac Zamkowky, donde se levanta el impresionante Castillo Real o Zamek Królewski. La decisión de construir este castillo fue tomada cuando Zygmunt III Waza, quien fuera Rey de Polonia y Gran Duque de Lituania, decidió trasladar la capital desde Cracovia a Varsovia en 1596. Cabe señalar que en el siglo XVI, el país se llamaba República de las Dos Naciones o Rzeczpospolita Obojga Narodów, formada por Polonia y el vasto territorio que en ese entonces poseía Lituania. Fue la época de oro para este estado, que se convirtió en una de las mayores potencias de Europa, donde existía una relativa prosperidad y tolerancia religiosa.
El imponente edificio del castillo, de color rosado intenso y cúpulas verdes, fue construido en estilo barroco temprano por arquitectos italianos, incorporando además el castillo anterior que estaba en ese sitio. Una columna erigida en 1644 en el centro de la plaza, conmemora al Rey Zygmunt, simbolizado como una figura religiosa.
Continuando la larga pero interesante caminata por parte de la historia de Varsovia, y saliendo ya de la plaza, me esperaba el inicio de la Ruta Real o Trakt Królewski. Su nombre se debe a que era utilizada por los reyes para dirigirse desde la residencia oficial en el Castillo Real, hasta sus palacios de verano en la afueras de la ciudad. Pero antes de empezar a recorrerla, y para quienes disfruten de las vistas panorámicas, les recomiendo subir a la torre con mirador que se encuentra al inicio de esta ruta y tomar las mejores fotografías. Desde arriba, las vistas de la Ciudad Vieja son incomparables.

Al descender, tomé la primera calle de la Ruta Real: Krakowskie Przedmieście. Lo primero que destaca de la mano izquierda es la Iglesia de Santa Ana, con su imponente fachada neoclásica. Le siguen la Iglesia de las Carmelitas, el majestuoso Palacio Presidencial y el Hotel Bristol, el más lujoso y caro de toda la ciudad. Luego de cruzar un parque muy verde y arreglado, llegué a la Iglesia de la Visitación, uno de los pocos edificios que prácticamente no sufrió daños durante la guerra. Casi todos los demás fueron reconstruidos en base a pinturas de célebres maestros como Canaletto y planos de la época. El interior de la iglesia resguarda un órgano el cual tocaba Fryderyk Chopin, cuando cada domingo asistía a la iglesia con el grupo de alumnos del Liceo de Varsovia. Más adelante le siguen el edificio de la Universidad, la Iglesia de la Santa Cruz de estilo barroco y el Palacio Staszic, sede de la Academia de Ciencias y de la Sociedad Científica de Varsovia. Al frente, destaca el monumento al astrónomo polaco Nicolaus Copernicus.
La siguiente calle de la Ruta Real es Nowy Świat. Su nombre significa Nuevo Mundo y en ella se alinean bonitos palacios de estilo neoclásico, que también fueron reconstruidos después de la guerra. Hoy es una de las calles más animadas de toda la ciudad, con innumerables bares y elegantes tiendas de diseño. Uno de sus tantos restaurantes, que me atrajo por su terraza sobre la vereda, fue el lugar que elegí para tomar un descanso y disfrutar de un fresco atardecer de verano.
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