En el camino entre Luxemburgo y Alemania, decidí pasar algunos días en Estrasburgo, una ciudad repleta de encantos. Era mi segunda visita a la capital de Alsacia, que está situada al oeste de Francia, sobre la frontera germana. La ciudad está construida sobre las márgenes del río Ill, en su confluencia con el Rin, siendo ésta un área muy rica en agua potable y fragmentada en gran cantidad de islas fluviales. En su área urbana viven más de un millón de habitantes.
La región de Alsacia, conocida entre otras cosas por una historia bastante convulsionada, fue objeto de disputas entre alemanes y franceses durante décadas, lo que provocó que cambiara de soberanía en distintos momentos de la historia. La ciudad hoy es un símbolo de la Unión Europea, siendo la sede de numerosas instituciones comunitarias.

Era agosto y el clima se presentaba bastante impredecible, con lluvias aisladas pero también con momentos soleados que había que aprovechar para caminar. Mi objetivo era conocer el centro histórico de la ciudad, construido precisamente sobre la Grande Île y que fuera el sitio original del castrum romano de Argentoratum. El centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

Ni bien llegué a la ciudad, me alojé en un hotel en la Rue de Molsheim, y por ello decidí empezar a recorrerla por la zona más cercana: los Ponts Couverts. Crucé el Pont des Frères Matthis, y caminado por la Rue de Cygne llegué a los renombrados Puentes Cubiertos, que aunque la palabra lo indique, ya no poseen ninguna cubierta. Se trata de un antiguo complejo de fortificaciones del siglo XIII, que consta de tres torres macizas unidas por puentes, y que en aquella época estaban cubiertos por una estructura de madera, y se utilizaban para controlar el acceso a la ciudad por el río Ill. Las altas torres de ladrillo garantizaban la defensa de Estrasburgo.

Crucé las dos primeras secciones de las tres que tienen los Ponts Couverts, hasta llegar al Quai de la Petite France, donde empecé a seguir el curso del río Ill. Mientras caminaba, mantuve la mirada a lo largo de la línea de casas entramadas del otro lado del río. La variedad de la paleta de colores expuesta en los edificios fue lo que más llamó mi atención, desde las paredes azules, amarillas y rosadas hasta las persianas en tonos verdosos y celestes. Con esas imágenes en mi retina llegué al primer puente que conecta este pequeño islote con la Grande Île. La Petite France era la zona donde se encontraban las curtiembres y los mataderos, y curiosamente, el nombre del barrio más visitado de Estrasburgo no está vinculado a algo turístico. El nombre Petite France viene del hecho de que esta zona era propiedad del hospital utilizado para atender a los pacientes de lo que los alemanes llamaban la «enfermedad francesa», más precisamente la sífilis. Nunca lo hubiera imaginado.

Siguiendo por la Rue du Bain aux Plantes, llegué a la Maison des Tanneurs, nada menos que una curtiembre de 1572 transformada a restaurant en 1949. El entramado es algo característico de este edificio, como lo es para la mayoría de las casonas de la Petite France. Realmente sentía que estaba caminando por una ciudad medieval. Enseguida me encontré con la Place Benjamin Zix, la más animada del barrio, con terrazas que invitan a sentarse a disfrutar del entorno. Es cierto que hay muchos turistas recorriendo la ciudad, sin embargo en este lugar es posible respirar el típico aire alsaciano. Aromas de la comida regional inundan la plaza, y sentarse allí en alguna terraza y dejar pasar el tiempo es algo que quisiera recomendar. Hay momentos en que estas cosas hacen falta para poder vivenciar la atmósfera del lugar que uno está visitando.
Y llegó el momento de perderse por la ciudad. Fue entonces cuando guardé el mapa en el bolsillo del pantalón y seguí el recorrido elegido por mi intuición. Las calles son entreveradas y con muchas curvas así que perderse fue fácil y divertido. Atravesé pequeños puentes, algunos con exclusas, visité varios negocios de souvenirs, para comprar lo que siempre me llevo de recuerdo -algún pin- y me mezclé con la gente que usaba las estrechas pasarelas entre los canales. El momento cuando uno se deja llevar es el más importante para descubrir el espíritu del lugar.

Dejé atrás la Petite France y me dirigí hacia la Place de la Cathédrale. Ingresé desde la Rue Mercière, que es la que ofrece la mejor vista. Sin duda, la catedral de Estrasburgo es un símbolo y joya de la arquitectura de la ciudad. Fue construida entre el siglo XII y el siglo XVI. Es un imponente edificio de arenisca roja, con una torre de 142 metros de altura por la cual fue hasta el siglo XIX el edificio religioso más alto de Europa. El estilo del edificio es principalmente gótico, aunque se mantienen algunos elementos de estilo románico. Tuve la impresión de estar ante una elegante fachada que ha requerido de un trabajo extremadamente detallado, sobre todo por la cantidad de esculturas que se encuentran en cada rincón donde observaba. Además es muy atractiva en la noche, ya que se ilumina con distintos colores y vale la pena ir especialmente a ver el espectáculo.

En el nº 16 de la plaza, se levanta una de las más famosas edificaciones de Estrasburgo: la Maison Kammerzell. Fue construida en 1427, y modificada en años posteriores perteneciendo como está hoy al estilo renacentista alemán. La planta baja está hecha de piedra y las plantas superiores son de entramado de madera. Son notables las esculturas talladas en la madera, y las ventanas superiores con vidrios de forma circular. Las esculturas que se despegan de su fachada representan escenas sagradas y profanas. Sin duda es uno de los edificios medievales mejor conservados de la ciudad.

Para finalizar el día en el centro histórico, caminé hacia la Place Kléber, la plaza central de la ciudad. Es mucho más amplia comparada con las anteriores y en sus calles laterales se han instalado las tiendas más prestigiosas. Muchas funcionan en la planta baja del palacio L’Aubette, construido en el siglo XVIII en estilo neoclásico. Siendo una plaza tan amplia, pude ver mejor los edificios y en uno de sus flancos, uno muy angosto llamó mi atención inmediantamente. Y de allí me llevé la imagen que resume a Estrasburgo en una sola: una línea de casas estrechas, con paredes entramadas, edificios con formas que no respetan los ángulos rectos y de tonos llamativos. Y todo me dejó esa sensación de estar en otro momento de la historia, cientos de años atrás, como si el tiempo no hubiese pasado. Esa es la magia de aquellos lugares que siempre quise conocer.
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