La capital de Bélgica es muchas veces un lugar desconocido para los que van de visita a este país. Claramente la mayor parte de la gente se dirige exclusivamente a Brujas, y rara vez visitan la capital de Europa. Pero Bruselas también tiene sus lugares atractivos, esos espacios urbanos bohemios y románticos que valen la pena recorrer.
La distancia entre el aeropuerto Zaventem y la estación central se recorre velozmente en trenes que parten cada quince minutos desde la terminal. Necesité solamente cruzar un par de calles desde la estación y ya estaba en mi hotel ubicado en la Rue des Paroissiens. Un lugar ideal si lo que se quiere ver es el centro de la ciudad. Era verano y el clima en Bruselas fue mejor de lo que esperaba, ya que Bélgica es famosa por sus días frescos y lluviosos. Sin embargo un cálido sol aguardaba por mí ahí afuera y pude salir a caminar casi inmediatamente.
Bruselas, a pesar de las edificaciones modernas que sin quererlo esconden su pasado histórico, conserva un puñado de calles medievales que se concentran alrededor de la famosa Grand Place. Y allí empecé mi recorrido.
Si bien sobre la fecha de fundación de la ciudad no existe un criterio unánime, se ha establecido oficialmente el año 979 como el del nacimiento de Bruselas. De todas formas, durante el siglo VII ya se conocía un emplazamiento en la zona cuando se construye una capilla en una de las islas del río Senne o Zenne que es el que cruza la ciudad, cuyo cauce no está a la vista porque fue soterrado en la segunda mitad del siglo XIX. Alrededor de la capilla fue creciendo una aldea cuyo nombre fue Broeksele. Un dato anecdótico es que la etimología indica dos posibles orígenes del nombre de la ciudad: el primero por la conjunción del término neerlandés medieval «broek» que significa pantano, con «sell» que significa ermita. De allí que Bruselas pudiera significar «ermita del pantano». El segundo origen puede estar vinculado con un previo asentamiento celta, y en este caso los términos que originarían el nombre serían «briga» (altura) y «cella» (templo), es decir, «templo en las alturas». Recién en el siglo XII, cuando los Condes de Brabante se instalan en la actual Place Royale, es cuando la ciudad comienza a desarrollarse, convirtiéndose en un importante centro comercial, y hasta llegó a formar parte de la Liga Hanseática.

Recorriendo los desgastados adoquines de la Grand Place, me trasladaba por momentos varios siglos atrás. En ocasiones imaginaba que paseaba por los mercados al aire libre que existían en la plaza en el siglo XI, o que caminaba frente al Hôtel de Ville en su época floreciente a finales del siglo XV. Entre casa y casa, me sentía un comerciante que pertenecía a alguno de los tantos gremios cuyas sedes se encontraban en los ornamentados edificios de la plaza.
La obra maestra de la Grand Place es el Hôtel de Ville, con un chapitel de 96 metros de altura. Caminando en sentido horario, le siguen Le Renard, el edificio del gremio de los sastres, y a su lado Le Cornet, el de los marineros. En la esquina aparece La Maison des Boulangers, la casa del gremio de los panaderos. Los tres edificios fueron construidos a finales del siglo XVII.

Del otro lado de la plaza y frente al ayuntamiento, se yergue la Maison du Roi, que fuera la residencia de los monarcas españoles y donde hoy funciona el museo de la ciudad. Cruzando la calle se encuentra la que fuera la casa de Victor Hugo, conocida como Le Pigeon, y en el otro lado de la plaza, un grupo de seis casas gremiales conforman la neoclásica Maison des Ducs de Brabant. Fue diseñada por Guillaume de Bruyn, y tiene agregados de origen flamenco.

Todas las casas tienen detalles, desde aves hasta símbolos de los gremios, bustos y estatuas, que hacen del recorrido un deleite para la vista. Y siempre está la opción de detenerse a descansar y disfrutar del panorama desde una de las tantas terrazas de los bares y restaurantes de la Grand Place. Salí de la plaza con el encanto típico de esos lugares inolvidables, para seguir visitando el resto del centro histórico.

Me dirigí hacia la parte sur, y enseguida llegué a una pequeña plaza con una elegante iglesia: Notre-Dame de la Chapelle. La capilla original fue construida en 1134, pero lo que se ve hoy se trata de un edificio reconstruido en estilo gótico en el siglo XV. El campanario barroco fue agregado con posterioridad. Seguí caminando hasta llegar a la Place du Grand Sablon, que se encuentra en la división entre la parte baja y la parte alta de la ciudad. La plaza está rodeada de casas elegantes, muchas con fachadas Art Nouveau. Es una zona trendy de Bruselas, con negocios de antigüedades, elegantes restaurantes y bares donde la gente se reúne las noches de verano.

Al final de la plaza, la iglesia Notre-Dame du Sablon es uno de los ejemplos de la arquitectura gótica belga. Fue un lugar especial para tomar un necesario descanso, ya que éste era uno de esos días cálidos de verano de los que no hay muchos en Bruselas. Sentado en las escalinatas, oía el zumbido cercano de las abejas que disfrutaban del clima tanto como yo, atraídas por cientos de flores amarillas. El sol estaba bajando a paso lento, pero aún su calidez se percibía tímidamente.
Terminando la tarde, llegué a la Place Royale, levantada en el sitio donde se encontraba el antiguo Palacio de Coudenberg. Las ruinas del palacio destruido fueron demolidas y allí se diseñaron dos plazas de estilo neoclásico que me recordaron a Viena. Al fondo de la plaza se levanta la Église St-Jacques-sur-Coudenberg, que alguna vez fuera la capilla ducal y la cual posee una conexión directa con el Palacio Real.

Bajando por Coudenberg, el edificio que más llamó mi atención fue el Museo de los Instrumentos de Música, conocido como Old England. Era antiguamente una tienda por departamentos, y es una obra maestra del Art Nouveau, con una fachada construida en 1899 enteramente de vidrio y acero.

Desde esta parte alta de Bruselas y llegando al Jardin du Mont des Arts, tuve el mejor cierre del recorrido: una vista panorámica de la ciudad baja, con los edificios de la Grand Place sobresaliendo en altura. Fue una larga jornada completa de paseo, pero que la disfruté plenamente. Volvería sin duda a Bruselas para seguir descubriendo lugares como éstos, que permiten vivir una ciudad y contemplarla desde los ojos de un viajero, muy distintos a aquellos de un turista en la multitud.
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